domingo, 3 de septiembre de 2006

5. La Era Estereofónica

Grité y blasfemé más que la niña de “El Exorcista”, lloré más que viendo “Campeón”, pasé del histerismo galopante a la menos sutil de las indiferencias varias veces, y por último, ese era ya mi estilo, intenté razonar. Necesitaba un tocadiscos estereofónico, y necesitaba que en casa se dieran cuenta de que moriría si no tenía uno pronto. No fue tan difícil. Tenía en mis manos el mejor expediente académico posible. No es que fuera buen estudiante, como demostré que no lo era años después. Es que todo era sobresalientes y notas de felicitación a mis padres por mi comportamiento y mi savoir faire. Seguramente era un niño asqueroso. Vamos, no lo era pero lo parecía. El caso es que llegó el día en que mi padre y yo aparecimos juntos por Electrodomésticos Joaquín Salvador, que inmediatamente se convirtió en mi tienda favorita. Y no tuve más que decir que: “¡ese!, ese es... lo necesito”. Por supuesto yo ya llevaba varios meses lamiendo el escaparate donde estaba aquel tocadiscos autoamplificado Bettor, con plato Dual y aguja de diamante. He llegado a dormirme abrazado a ese tocadiscos. Ya se que parece exagerado pero es que a mí ese tocadiscos me ha hecho más feliz que cualquier otra cosa que me haya pasado en la vida, o al menos así sentí yo mi existencia junto a él. Solo yo sé lo que me jode no tenerlo ahora, con la falta que me hace. Una vez vi uno igual, que lo tenía un trapero que se creía anticuario y, no lo compré. Aquel tocadiscos murió tras una larga enfermedad, con dramáticas recaídas y muchas lágrimas derramadas. Y donó sus piezas más valiosas a otros tocadiscos amigos. Cumplió su papel y cerró el ciclo. Ojala pudiera yo hacer lo mismo con muchas cosas.

Pese a la llegada del estereofónico y con él, la alta fidelidad, yo nunca abandoné la radio. Durante muchos años fui fiel seguidor de Pop 50, un programa local que Radio Popular emitía cada noche. Su formato se basaba en la creación de una lista de 50 éxitos, con candidaturas semanales e importantes subidas y bajadas. Todo era posible gracias a los votos de los oyentes, algunos en directo por teléfono.
El teléfono estaba colgado de la pared y en medio del recibidor de casa, y el secreto para que te cojan el teléfono en la radio, es llamar insistentemente y colgar, y llamar y colgar, hasta que suene una señal que no sea la de comunicando. Si además tenemos en cuenta cómo eran aquellos teléfonos de rueda, con cable en espiral y ausencia de rellamada, es evidente la alta peligrosidad de la misión. Primero por que te pillen, que te pillan claro. Y después por conseguir que admitan que no hay nada malo en que tu hijo pase un par de horas cada noche, sentado en una sillita, con una mantita, al pie del teléfono... Lo sé, fui un consentido.
Todas las noches llamaba, todas las noches votaba y todas las semanas ganaba algún single promocional que recogía de inmediato en las oficinas de la radio junto a la Plaza de Toros. Fue uno de los trayectos urbanos que primero aprendí a hacer solo: de mi casa a Radio Popular, y de vuelta a casa. Gracias a ello, mi colección de éxitos de Hispavox y RCA, empezaba a cobrar cuerpo. Me conocían las recepcionistas y me conocía María, la presentadora habitual, que era estupenda, y conocía también a mi primo Leonardo que llamaba casi tanto como yo. La Orquesta Mondragón, Miguel Bosé, o Ana Belén, estaban entre mis más votados. Joan Manuel Serrat sonaba mucho con “No hago otra cosa que pensar en ti”. Fue votándole como yo le descubrí, y ese disco llamado “En tránsito”, es aun hoy uno de mis favoritos. Pero ante todo recuerdo votar a una canción que me parecía lo más, y me lo sigue pareciendo, que se llamaba “Estrella del Rock” y la cantaba una extraña mujer italiana llamada Mina.



Años después descubrí realmente a Mina, y desde entonces forma parte de ese olimpo de divas incombustibles que tanto me acompaña.

Aquel verano por fin salíamos a veranear. En un terrenito diáfano, austero y seco, que mi tío Leonardo había comprado. Mis padres y yo plantábamos nuestra tienda de campaña durante todo el verano. Era como si fuera mi primer verano, y con mis primos, que nos llevábamos estupendamente. Mis primos tenían un comediscos, un gracioso tocadiscos que tenía forma de bolso y se comía los singles por una ranura grande que tenía y los hacía sonar. Estaba hecho un asco. Y mi primo Adrián, que era un año mayor que yo y era muy guapo, y aunque no sabía nada de música, sí tenía idea de electrónica, lo arregló y lo convirtió en un tocadiscos al uso, abriéndolo por la mitad y despachurrándolo bien a gusto. Un par de años después, no quiso hacer lo mismo conmigo, aprovechando que fuimos al pueblo de visita con mi abuela, solo accedió a una demostración gratuita de mis incipientes habilidades con los instrumentos de viento. Aunque esa, es ya otra historia.
Mi primo Leonardo y yo, solo disponíamos de fondos para comprar tres singles para todo el verano. Así que pensamos muy mucho, que tres singles marcarían el ritmo de aquellas vacaciones, y quien sabe si el de nuestras vidas. Tres canciones que serían la banda sonora de coreografías clandestinas con mis primas, y fiestas de cumpleaños con merienda y espectáculo. “Horray! Horray! It's a Holi-Holiday” de Boney M, “Super Superman” de Miguel Bosé y “Gloria” de Umberto Tozzi, se alzaron con tal honor. Fue un gran verano.

"Super Superman" Miguel Bosé. Aplauso TVE. 1979.

1 comentario:

Anónimo dijo...

He disfrutado muchísimo de esta entrada: me veo retratado en lo que cuentas, al fin y al cabo no somos tan freakys, o como se diga.
¡Enhorabuena, está genial!