sábado, 14 de octubre de 2006

10. Historias de la radio

Pese a mi estereofónico, y mi ya nutrida colección de discos, la radio siguió siendo primordial en mi vida. Sin internet, ni emule, ni nada, la radio era una puerta abierta a la música, no solo la comercial y actual, sino al pop clásico y el underground. Para mi sorpresa, la radio se convirtió en algo mucho más importante para mí cuando pude participar de ella.

Un buen día apareció por la falla, Jacinto.
Jacinto era una mariquita de Benaguacil que tocaba el tabal, fatal por cierto, en cualquier fiesta o evento político o festivo de dentro y fuera de la ciudad. Siempre nos lo encontrábamos, y siempre era el centro de atención. Era excéntrico, irreverente y muy divertido. Era generoso, ególatra, sofisticado y muy muy personal. Jacinto era original, era un personaje de Almodóvar cuando Almodóvar no existía. Jacinto era un maricón que vivía orgulloso, sin salir del armario porque no tenía armario ni vergüenza. Enseguida conectamos. Yo era diez años menor que él, y además era menor. Dio mucho que hablar esa relación que no era más que lo que era. Ni más, ni menos. Con Jacinto he salido de noche, con quince años de entonces, y he estado en fiestas y lugares que no conocía: mi primer garito de ambiente, mi primera revista porno, la primera vez que vi “Muerte en Venecia”, mi primer musical en un teatro, mi primer porro y mis primeras borracheras, manifestaciones, o festivales... A Jacinto le debo yo mucho en esto de aprender las cosas de la vida. Supongo que un amigo así me fue permitido porque venía del entorno fallero y mi familia le conocía. Yo quiero mucho a Jacinto, y conservo su amistad porque yo no entiendo la vida sin él, aunque a veces me saque de mis casillas. Es como un disco rallado que necesitas escuchar. Cada rallajo en cada surco emite su sonido y se mezcla con la canción, y la hace única. Y no hay versión en CD que la supere, por muy remasterizada que esté.

Jacinto militaba en círculos libertarios y participaba en una emisora de radio local, libre o sea ilegal, con un programa nocturno semanal. Un día me llevó a la radio. Era un lugar increíble, escondido en un céntrico despacho tras una puerta con un rótulo que no se correspondía. Había un pequeño estudio con una mesa y dos micrófonos. Y una mesa de control con cientos de botones maravillosos que tocar para hacer magia. Así que tras unas semanas de observación y entusiasmo pasé a ser el técnico oficial de Jacinto y su programa. Él preparaba sus guiones y seleccionaba sus músicas, y yo conseguía que las melodías sonaran en un momento concreto de la narración, o un efecto entrara a punto. Eran tiempos de vinilo, emitíamos en directo y a mí me encantaba la dificultad: ensayaba y preparaba cada sonido que acompañaba sus palabras, medía los tiempos y cuidaba el volumen de los sonidos de fondo. Era muy divertido. Era genial. Recuerdo con mucho cariño la “Habanera para violín y orquesta" de Camille Saint-Saëns, una pieza bellísima de 1885 que cada noche usábamos de sintonía.



Cuando salíamos de la radio, Jacinto, Pepa y yo, y todos los que colaboraban o se dejaban caer por allí, dábamos un paseo por el centro para ver los escaparates del Mas Masiá de la Plaza de la Merced. El glamour doméstico nos atraía, y echábamos unas risas entre el kitsch de aquellos ventanales de elegancia plastificada. Una noche, pasamos por la puerta de atrás del Teatro Olympia. Estaban descargando el vestuario y el atrezzo de “La Corte del Faraón”. Fue como un corto de maricones y cachondeo. No nos probamos los vestidos porque hubiera sido ya demasiado, y por supuesto, no nos perdimos el espectáculo unos días después, desde un palco preferente.

Como aquella vez que nos plantamos en el Teatro Principal para ver “Por la calle de Alcala: Antología de la revista” de Arteche y Montesinos, con Esperanza Roy y Paco Valladares, pero sin Esperanza Roy ni Paco Valladares, porque como era la gira de provincias, una diva estaba sustituida por Viky Lusson, y la otra por un señor que no recuerdo. Nunca olvidaré su aparición, con un mono de lycra color carne y tres floripondios plateados. Me refiero a Viky, no al señor. Teóricamente estaba desnuda y con los tres floripondios, pero cuando se giraba y le veías una cremallera más ancha y más larga que la Dorsal Atlántica, no podías evitar pensar que, o era un horrible mono color carne, o que esta chica había conseguido sobrevivir a una autopsia por la espalda. El caso es que nos fumábamos unos porros en el hall, y nos reíamos mucho de todos y de todo. Que para floripondios, nosotros. Ahí estaba yo, todo moderno que ya era, con un mantón de manila desparramado por la barandilla del primer piso del Principal, un ciego del quince, y un grupo de locas y locazas que no tenía nada que envidiar al del escenario. Iconoclasta que era ya uno por entonces, y ese morbo especial por hacer exactamente lo contrario a lo que todo el mundo espera.

Estuve por la radio varios años, llegué a tener programa propio por vacaciones, bueno con Joan Manuel, otro compañero de la falla, en plan sustituciones veraniegas, conocí a mucha gente maravillosa y compartí muchos momentos únicos.
Recuerdo que en uno de esos veranos, nuestro programa venía después de uno de los espacios estrella de la emisora. Se trataba de un magazine libertino y comprometido que llevaba un colectivo de artistas transexuales muy cañeras. Ellas eran tremendamente divertidas y descaradas. Tenían un grupo de café-teatro muy conocido por entonces, y conducían el magazine semanal con mucho éxito. Pues bien, ahí aparecía yo tan jovencito y tan modernito, con mi selección de vinilos para el programa que venía después, todo calladito e intentando pasar desapercibido porque aquellas leonas me cortaban muchísimo. Llegué y entré en el estudio, y una de ellas me dijo: “¿A ver qué discos has traído?” Le di la bolsa, sacó los discos y empezó el espectáculo: “Uuuuuy Marc Almond, qué bien canta este maricón... ayayay la Somerville, con todo lo fea que es, a esta me la tiraba yo, fíjate... Aaarg, los Smiths, con lo mal que me cae la maricona gritona esta...”, y así hasta repasarlos todos. No solo tenía razón la jodida, sino que mira por dónde, no había caído en que la practica totalidad de los vinilos que había preparado para ese día eran de músicos gays, incluso declaradamente gays. Puede que hoy todo esto suene a bobada, pero estamos hablando del 84 o 85, cuando Boris Izaguirre escribía culebrones, Jesús Vázquez no había salido de su pueblo, y George Michael movía el flequillo para las quinceañeras. Pocas eran las estrellas que se atrevían a descararse y reivindicar derechos, como Somerville o las leonas de la radio...

"Smalltown Boy" Bronski Beat. Videoclip. 1984.

Por supuesto a la semana siguiente programé a Springsteen y a Bob Marley, que al fin y al cabo me gustaban tanto como todo lo demás. Solo sé que no estaba dispuesto a que mi subconsciente me gobernara, y un Pepito Grillo disfrazado de Judy Garland, anduviera recordándomelo. Qué tontos parecemos vistos ahora.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

No tienes ninguna grabacion de ese programa? Lo que daría por escuchar uno

Acid Queen dijo...

Pues no, la verdad es que no he tenido nunca una grabación... Ni de esos programas ni de otros que salieron después... No soy yo nada cuidadoso para eso de guardar recuerdos, ni fotos, ni nada...

Pero tengo una curiosa anécdota de entonces:
a un compañero de la radio le dedicó TVE un programa de aquellos de "Vivir cada día", porque él era un tipo curioso, fanático del Camino de Santiago... el caso es que cuando el equipo de TVE vino a la radio a rodar unos planos en el estudio, nosotros estábamos en nuestro programa, y hubo que simular que era su programa y aparecí yo como técnico de sonido.
Como sólo había una televisión pues todo el mundo lo vió, incluída mi profesora de literatura, también fanática del Camino de Santiago.
Saqué muy buena nota ese año, y por supuesto nunca le confesé que prácticamente no conocía al protagonista del programa televisivo.

Así que si alguna vez repiten en plan archivo, que me consta que lo hacen, un "Vivir cada día" dedicado al Camino de Santiago, salgo yo, con 15 años...

Anónimo dijo...

Algún día tendriamos que hacer una reunión de los que pasamos por la RKL en los 80. Qué tiempos. Cómo me ha gustado leer tu descripción.