miércoles, 6 de febrero de 2008

22. Una experiencia religiosa

Adoro los musicales. En serio lo digo. Yo soy de los que piensan que la mejor película jamás rodada es “Singin' in the Rain” (1952) de Stanley Donen. Y nunca he entendido por qué a la gente le parece tan extraño que alguien se levante en plena conversación, y mientras se sirve un whisky con soda, comience a cantar una preciosa composición de Cole Porter, donde explica lo mucho que quiere a esa misteriosa mujer de la que no conoce ni su nombre. Tal vez si la vida fuera sí, todo sería más sencillo ¿no? Vale quizá no, pero nadie puede negarme que es mucho más bonito ser abandonado por tu pareja, con los Gershwin sonando de fondo, que con un politono de Melendi.


"Make 'Em Laugh". Donald O'Connor. "Singin' in the rain". 1952.



El caso es que adoro los musicales. Pero en directo, en el teatro, he tenido muy pocas oportunidades de ver un buen musical. Y eso que ahora en Madrid todo son musicales de éxito, y Madrid no está tan lejos. Lo que ocurre es que muchos de ellos son musicales falsos. No son obras escritas con canciones y argumento, son historias-coartada para explotar el repertorio de dinosaurios pop como Queen, Abba o Mecano. Y es ese proceso creativo inverso, donde lo infalible es la canción ya conocida, el que los catapulta al éxito entre un gran público que jamás soportaría una obra donde un tipo se levantase en plena conversación, y sirviéndose un whisky con soda, comenzase a cantar una preciosa composición de Cole Porter. Y claro, irme a Madrid para eso, pues me da como pereza...

De todos los musicales, los de verdad, que se conocen por aquí, el que más marcó mi adolescencia fue “Jesucristo Superstar”. Tuvo tal éxito en los 70, con Camilo Sesto y Ángela Carrasco, que proliferaron como setas venenosas las versiones amateurs en play-back, un fenómeno hasta entonces bastante desconocido. Cualquier instituto de bachillerato, asociación cultural, o comisión fallera, tuvo su versión cutre y lastimosa del Superstar. La obra era perfecta para ello: el vestuario harapiento salía baratísimo, no había que bailar (no imagino a unos estudiantes de COU haciendo “All That Jazz” sin perecer en el intento), y no había que cantar (que para eso el mariquita de la clase tenía el doble cassette original con la versión de Camilo). Era como montar el belén viviente de la parroquia, pero con melenudos con túnica. Así que entre unas cosas y otras, todo el mundo tuvo que asistir a varios montajes salchicheros del Superstar durante aquellos años. Algo realmente meritorio si tenemos en cuenta que no todas las compañías tenían el gusto de representar la obra resumida en los tres o cuatro números más conocidos (el “nosecómoamarle”, el “osanajé” y el recordado “quierosaber quierosaber se-ñor” y su espectacular grito huracanado).

Con el tiempo fui descubriendo que “Jesus Christ Superstar” de Lloyd Webber y Rice, era una gran obra, y descubrí la película de Norman Jewison, que no está mal, y sobre todo descubrí la grabación original, que antes de Camilo y de la película y de todo, hubo una grabación con Murray Head haciéndo de Judas, e Ian Gillan, entonces voz de Deep Purple, en el papel de Jesucristo.

Pues bien, sería por el 85 cuando pude al fin, ver un auténtico montaje de “Jesucristo Superstar”. Bajo la dirección de Jaime Azpiricueta (el mismo que dirigió la de Camilo), y la dirección musical de Teddy Bautista (quién hacía de Judas en la de Camilo, mucho antes de hacerse recaudador de impuestos), y con Pablo Abraira, y Sergio y Estíbaliz, entre otros, como protagonistas.

Allá que nos plantamos mi hermana Lola y yo, en el Teatro Principal de Valencia, para ver a Pablo Abraira, el apuesto cantante melódico de gran éxito, haciendo de Jesucristo.

La primera sorpresa supuso un condicionante difícil de obviar: el teatro estaba lleno de monjas. Entiéndaseme, quiero decir entre el público. En serio. Monjas en el patio de butacas y decenas de monjas en los palcos preferentes. Hasta al gallinero llegaban las monjas. Monjas de gris y falda por la rodilla, que no se lo que significa porque yo de monjas no sé nada.
Fue un momento realmente confuso entrar y ver aquel monjerío tan dispuesto. Por supuesto lo primero que pensé es que mi hermana Lola y yo nos habíamos equivocado, y que aquello no era el Superstar sino un recital de María Ostiz, aquella cantautora ultra y rancia que se empeñó un día en compartir sus pensamientos con media España, la suya.


"Un pueblo es". María Ostiz. TVE. 1978.



Pero no. Nuestra ubicación era la correcta.
Según mis informaciones el estreno de la obra en España, con Camilo, estuvo rodeado de agrias polémicas provocadas por el rebote de los católicos más integristas. Sin embargo diez años después, en el teatro había más monjas que en clausura. Monjas con cara de profesora de lengua de instituto de bachillerato del Opus Dei. Desconozco por completo el universo de los católicos, y mucho más el de los “profesionales” de la religión, así que no sacaré conclusiones. Bien mirado, el libreto de la obra (la “ópera rock”, que se decía por entonces), no venía a desmontar precisamente la historia de Jesús, tal y como nos la habían contado toda la vida. Más bien ayudaba, y mucho, a perpetuar el personaje como mito contemporáneo, en una especie de fusión flowerpower, que posiblemente hoy provocaría la risa tonta.

No importa. El caso es que allí estábamos Lola y yo, viendo un espectáculo que no nos defraudó. Efectivamente la dirección musical de Teddy Bautista, más cercana a los fantásticos Canarios de los 60 que a su oscura actividad actual, era tremenda y aportaba un sonido más moderno y rockero que la versión que ya conocíamos (qué grande ha sido Teddy, por cierto. A ver si pronto redescubrimos en estas memorias la gran banda que lideró).



En definitiva, recuerdo la espectacularidad del momento de la crucifixión, con mucho humo y mucho láser y muchas luces estroboscópicas. Y aquel centenar de monjas con la respiración cortada y el orgasmo a punto de estallar, a las que no podía evitar mirar por el rabillo del ojo. Toda una experiencia religiosa.

Lo sé. Alguna fijación tengo yo con las monjas. No sé si por lo absurdamente inútil de su existencia, o el misterio patológico que encierra eso que llaman vocación. Pero en fin, ese ya es otro asunto.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

Que gran memoria. Yo también fui a un playback de esos que hacía el amigo de un amigo.

Anónimo dijo...

Los musicales me dislocan, desde pequeño, pero en el cine. En el teatro, no me gustan demasiado: vas a ver "Sonrisas y Lágrimas", esa historia de la monja lagarta, y cuando esperas sobrevolar a María en el precipio, mientras canta que "the hills are alive with the sound of music", te quedas con las ganas. No digamos si es el travelling mientras Gene Kelly canta bajo la lluvia (¡totalmente de acuerdo! Una de las mejores películas de la historia del cine).
Tu blog es estupendo. Tendré que hacer un hueco para oírte/bailarte pinchar.

Anónimo dijo...

Pues yo los musicales en cine me gustan menos que en teatro.
En cine prefiero otro tipo de pelis aunque reconozco que "Cantando bajo la lluvia", "Jesucrito Superstar", "Rocky Horror Picture show" y algunas más no están malñ, pero nada que ver con la sensación que te proporciona un musical "de verdad" en el teatro. Los dos musicales que más recuerdo son "Cabaret" en el teatro Principal, donde aparecía Nina haciendo de Lisa Minelli, me quedé muerta.... y "el cantante de la Opera" en Broadway que a pesar de no enterarme de mucho pues era en inglés, me dió igual, fué espectacular....
A mí los musicales de "mecano" "fama" y "Abba" tampoco me llaman nada...
Besos. Gatita norte

Alfeizar dijo...

Hice de Simon el zelote. Al menos dos veces.

Sólo recuerdo lo bien que lo pasábamos en los ensayos.

Y que una vez se nos cayeron los decorados de cartón que habíamos hecho nosotros mismos...