lunes, 28 de mayo de 2007

17. En la fiesta de Visente

En poco tiempo, mis amigas y yo nos convertimos en lo más moderno del instituto. Por entonces estaba de moda hacer fiestas en el Pachá o en Distrito, para sacar pasta para el viaje de fin de curso. En realidad no eran fiestas, sino que las propias discotecas te daban un porcentaje de las entradas anticipadas que vendieras. En el instituto había un grupo muy bien organizado, que no era el nuestro, que todos los sábados tendía una emboscada en las paradas del 70, de manera que cuando bajabas del autobús frente al Pachá, a las seis de la tarde, con tu cardado perfecto y tus complementos siniestros, te asaltaban un montón de compañeros de instituto con el objeto de venderte una entrada para la sesión de tarde. Entre ellos estaba mi amigo Jorge. Jorge y yo estudiábamos en el mismo instituto pero en turnos y grupos diferentes, y en los últimos años cada uno venía haciendo su vida sin relacionarnos demasiado.

Yo siempre compraba mi entrada a Jorge o a alguno de sus amigos. Y eso que en aquel momento no imaginaba lo importantes que serían esos chicos en los próximos quince años de mi vida. No podía prever algo así. Ellos no eran nada modernos. Más bien eran estilo pijo: mocasín con borlas, pantalón Caroche, sueters Privata, gafas de sol modelo Police... Salvo Jorge, que era con mucho el menos pijo de todos, los demás eran un grupo más bien homogéneo, más o menos a la moda general. Destacaba un chico a quien yo siempre vi como cabecilla. Se llamaba Gustavo aunque todos le decían Gus. Él era quien organizaba todo, quien llevaba lo de las entradas, quien escuchaba a The Smiths o Anne Clark (que era la más moderna de las modernas), quien era un poco el ideólogo del grupo, quien no llevaba calcetines bajo los mocasines, en un intento de vuelta de tuerca en eso del pijismo. Eso sí, pijismo ilustrado.

“Our Darkness” Anne Clark. Clip. 1983.


Pues bien, el caso es que para mí ellos eran muy pijos, y para ellos nosotros éramos muy raritos. Mis amigas eran conocidas entre ellos como “las cabras”, término que siempre fingí no entender, pero que se ajustaba bastante a la realidad.

Éramos de naturaleza escandalosa, nos gustaba cantar, bailar y montar el numerito por la calle, en el patio del Instituto, o donde fuera. Acudíamos a todos los saraos de cualquier estilo, y nos adaptábamos muy bien a cualquier medio... eso sí, a cambio nunca pasábamos desapercibidos. Nos encantaba ser el centro de atención.
El caso es que juntos, “las cabras” y yo, fuimos testigos del nacimiento de Seguridad Social, que eran fantásticos, o de unos divertidos y prometedores Inhumanos. Vimos conciertos históricos, como uno de Pegamoides que no cuento porque no recuerdo y vivimos momentos únicos.

Sería como por el 84, en fin de año. Alguien organizó un gran concierto en el antiguo Mercado de Abastos, la Orquesta Mondragón presentaba aquello de “Es la Guerra”, que a mí me encantaba. Así que allí estuvimos mis amigas y yo recibiendo el nuevo año con Javier Gurruchaga. Bueno yo no, no exactamente. Sólo sé que antes de comenzar el espectáculo, debí perder la consciencia, o algo, no sé... Cierto es que había bebido, fumado, y yo qué sé cuantas cosas más. Lo único que recuerdo es como un despertar y descubrir que estaba sentado en el suelo, al pie de una de las grandes columnas del edificio, mientras que unos barrenderos intentaban recoger la basura generada durante tantas horas de fiesta. No recuerdo nada más, no vi a Gurruchaga, ni escuché ninguna canción. Sólo me levanté como pude, y descubrí horrorizado que mi cardado siniestro, era más siniestro que cardado.

Hay muchas cosas que no recuerdo de entonces. No sé si por las drogas o el alcohol. Me resulta imposible concretar más algunos acontecimientos donde sé que estuve. Claro que eso no ocurre cuando se trata de momentos traumáticos por una u otra razón. Y en el antiguo Mercado de Abastos, tan cerquita de mi casa, ocurrió por entonces uno de los momentos más difíciles de digerir de toda mi memoria musical: la fiesta de Unió Valenciana.

A pesar de practicar el “postmodernismo”, yo no dejaba de ser un “progre” tardío. La política me interesaba, y mi postura era claramente de izquierdas. Por entonces la política valenciana era muy compleja. Unió Valenciana era un partido recientemente fundado que practicaba un valencianismo de derechas de lo más folclórico. Su líder, González Lizondo era un gran demagogo populista que supo hacer del enemigo común, Cataluña y los catalanes, causa histriónica y marujil. Nada gracioso, ya que durante muchos años la idea funcionó, e intoxicó la opinión pública de tal manera que Valencia acabó siendo la ciudad con mayor número de filólogos e historiadores por metro cuadrado, empeñados en diferenciar lo valenciano de lo catalán. Increíble pero cierto; aun sufrimos los efectos de aquello.
Pues bien, parece evidente que pocas cosas podrían causarme más repugnancia que una fiesta de Unió Valenciana, con mitin y todo, salvo que esa fiesta culmine con un concierto irrepetible de Loquillo y los Trogloditas y Alaska, juntos para la ocasión.
No podía perderme semejante acontecimiento pero corría el riesgo de sufrir una reacción alérgica de imprevisible resultado. Así que sí, lo reconozco: estuve en ese mitin de Unió Valenciana. Intenté pasar lo más desapercibido posible, sin mirar a nadie con la esperanza de que nadie me mirase y me reconociese.

El concierto fue fantástico, y el momento, algo histórico para la política valencianista. El propio González Lizondo salió a presentar la banda. Con ese aspecto de Fernando Esteso vendiendo seguros, las piernas flexionadas en supuesta pose rockera, y una falta de vergüenza insospechada por entonces, Lizondo dijo algo así como: “... y continúa la marcha, la marcha de Unión Valenciana... con Loquillo y los “Trogolditas”.
En serio. Dijo “trogolditas”, y se quedó más ancho que enano. Ni siquiera pareció darse cuenta del abucheo general que provocó su presencia en el escenario. Con el tiempo Don Visente se superaría a sí mismo en eso del sentido del ridículo. Así descubrí que no era el único allí que estaba de incógnito.

Ya digo que el concierto fue fantástico. El primero de las decenas de conciertos que vi de Loquillo en los años siguientes. Y éste con Alaska, y con dos micrófonos a distinta altura, para dos grandes estrellas de muy diferente estatura, fue de los de no olvidar.

"El Ritmo del Garaje" Loquillo y Alaska. La Edad de Oro. TVE. 1983.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Jajaja, que grande. Y curioso que contratasen a una banda catalana, aunque como cantaban en castellano...

Anónimo dijo...

Yo al de Loquillo no fui,pero al de la mondragon si con Armando (que pillo uno de los pedos mas grandes de su vida) y Carles; fue alucinante.
Yo era el menos pijo unicamente por un problema economico,pero hoy con la distancia que te da el tiempo,me alegro mucho.
Ese ex-mercado tuvo una vida musical bastante variopinta ¿verdad?