domingo, 16 de septiembre de 2007

19. Entre glamour y tinieblas

Aquel 83 la movida estaba ya casi institucionalizada. Tierno Galván era un alcalde moderno que adoraba a los modernos, y Alaska, Poch, o Loquillo, empezaban a ser habituales en una prensa no tan especializada.

Aunque si alguien contribuyó a ello, ese fue Pedro Almodóvar, que estrenó “Entre Tinieblas” y, como se suele decir, con él llegó el escándalo. Yo ya había visto en vídeo “Laberinto de pasiones”, que me encantaba, y me moría por ver “Pepi, Luci, Boom y otras chicas del montón”, que no estaba en vídeo. Tendría que esperar algún tiempo para que fuera repuesta en el cine Xerea, y colmar mi deseo.

Pues bien, “Entre tinieblas”, con Julieta Serrano, Marisa Paredes y Carmen Maura entre otras, fue puesta de largo en la Mostra de Venecia de aquel año. Fuera de concurso, claro. Y con ella, un desconocido Almodóvar se convertía en objeto de protesta por parte de la Iglesia y de los estamentos más anticuados de la siempre convulsa madre Italia. La verdad es que no recuerdo bien si la película llegó a proyectarse, o fue vetada, o Pedro fue excomulgado de por vida, pero la repercusión que obtuvo en España gracias a aquella historia, no tenía precedente. Años después Almodóvar demostraría en numerosas ocasiones lo bien que sabe vender sus películas, y su habilidad para desatar una expectación a menudo exagerada.
El caso es que director y séquito, se volvieron para España entre grandes titulares y enormes controversias, y una aureola de trasgresión postmoderna, realmente atractiva.

Y, oh sorpresa, la deseada y esperadísima “Entre Tinieblas”, tuvo su estreno oficial en España en la Mostra de Valencia, que entonces se llamaba Mostra de Cinema del Mediterràni.

Exacto: de los nervios me puse. Necesitaba ver esa película, necesitaba estar en ese estreno, y necesitaba conseguir el cardado más espectacular de toda mi vida, para acudir al evento más moderno y genial que había pisado la vetusta Valencia. Tenía yo por entonces una camisa megamoderna, blanca a cuadros negros como pintados a carboncillo, que me había costado un pico en Galerías Preciados. Y por supuesto me la puse con uno de los pantalones negros teñidos en casa (no sé si ya lo conté, pero yo compraba en las tiendas de ropa laboral de la Plaza Redonda, que era todo muy barato, pantalones blancos que luego teñía a mi gusto). Ah, y me puse mis zapatos negros de plataformón con detalles metálicos, que eran de lo más chic.

Pues bien, yo ya estaba preparado para recibir un baño de postmodernidad, y en la falla ya teníamos montada la excursión. Había que estar bien pronto para conseguir las entradas ya que se preveía mogollón. La película se proyectaba a las diez pero yo a las siete ya estaba allí... y a las ocho ya no se podía estar de gente que había.
Los antiguos Cines Martí, fueron tomados por centenares de modernos, curiosos, y demás fauna canallesca. La asistencia al estreno del propio Almodóvar había sido anunciada y claro, todo el mariquitomio de Valencia estaba allí reunido.
Apretujones testiculares, aplastamientos vertebrales, y pisotones de juanete en cantidad suficiente como para desmontar el mejor cardado, fue básicamente lo acontecido a la entrada de aquel cine. Eso, y un calor asfixiante y un sudor de gota gorda, muy contraproducente a lo glamuroso y lo moderno del evento.

Pero lo conseguimos. Entramos y ocupamos nuestras localidades, exhaustos y emocionados, conscientes de ser testigos de un momento irrepetible.
Con mucho retraso y una vez organizado medianamente el patio de butacas entró Pedro Almodóvar. Encantador, divertido, y posiblemente dopado, mariposeó por el pasillo central y se dirigió a pie de pantalla. Especialmente curiosa era su troupe: una Marisa Paredes visiblemente colocada, que no fue capaz de articular una frase completa y una Carmen Maura, sonriente y pizpireta, que a todos nos encantó ver en directo, ya que por entonces era una muy conocida presentadora de televisión, en el programa aquel de García Tola, y la frase aquella de “nena, tú vales mucho”, se había convertido en su sello personal.

Sinceramente, no recuerdo lo que dijo Almodóvar, ni lo que dijo nadie allí. Bastante preocupado y cabreado estaba yo con tantos agobios y calores, que uno no sale de casa convertido en un Robert Smith adolescente, para que en un instante se le ponga cara de Iggy Pop cocinado al vapor.

Lo que sí recuerdo es la película. También porque la he vuelto a ver muchas veces. “Entre tinieblas” era irreverente y divertida. Y el personaje de Julieta Serrano era de una gran crudeza y una turbia y áspera sensibilidad.
Una monja heroinómana y lesbiana, que se enamora de una cantante toxicómana y pilingui, que pronto desaparece de su vida, dejándola vacía. Años después la cantante reaparece huyendo de sí misma y el amor, inútil y sin correspondencia alguna, renace en la monja. Ella es feliz teniéndola cerca aunque no pueda poseerla.

Cristina S. Pascual y Julieta Serrano. "Entre Tinieblas" de Pedro Almodóvar. Fragmento. 1983.



Cuando en la última escena de la película, Julieta Serrano es informada de que la cantante se ha marchado definitivamente, la monja corre a la habitación y al entrar y verla vacía, como su vida, como su falsa esperanza, lanza un grito de dolor de esos que salen del estómago. Marisa Paredes entra a consolarla, pero la cámara se aleja por la ventana de la celda, dejando a una Julieta desgarrada y aun más sola de lo que siempre estuvo.

Julieta Serrano y Marisa Paredes. "Entre Tinieblas" de Pedro Almodóvar. Fragmento. 1983.



Ese final me impactó. Todavía pienso que esa escena es de lo más emotivo y desgarrador que he visto jamás. Y eso que por entonces ni imaginaba que a lo largo de los años y en más de una ocasión, yo mismo sería víctima de amores imposibles e inútiles esperanzas. Y que iba a acabar sintiendo lo mismo que Julieta. Exactamente lo mismo.

En fin. Que con la sudada del cine y los calores de las emociones, mi pantalón negro teñido en casa, destiñó. Y por supuesto lo hizo sobre mis calzoncillos de slip de Saldos Canarias, y lo que es peor, sobre los bajos de mi camisa cara de Galerías Preciados que parecía pintada con carboncillo. A punto estuvo de terminar de un plumazo mi incipiente y alocada carrera con los tintes Iberia. Una camisa estropeada, del carboncillo a la acuarela, era más que suficiente.

Ojala me hubiera aplicado por igual en todas las lecciones que aprendí aquel día.

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