domingo, 24 de septiembre de 2006

8. Verano del 82

El autobús del colegio cambió al año siguiente su ruta de vuelta. Ahora me bajaba en la calle Maestro Palau, a eso de las siete y media, y a cinco minutos de casa. Caprichos del destino, paraba en la misma puerta de Disquería: una estupenda tienda de discos, ya desaparecida.
Muchos días mi madre me daba cien pesetas por si quería merendar en la cafetería. Que mi colegio era tan moderno que los niños de trece o catorce años andaban por las tardes por la cafetería. Yo no, por supuesto. Yo andaba poniendo discos en la Sala de Música. Así que lo que me ahorraba por no merendar tenía como destino Disquería. Eso y las vueltas de todas las compras que mi madre me mandaba y los libros que hacía como que me compraba y no me compraba, permitían que todas las tardes, al bajar del autobús, saliera disparado hacia la tienda a comprarme el single del día. Un single valía poco menos de 200 pesetas, pero Ariola sacó su serie Delfín, a 100 pesetas, que incluía casi todos los éxitos del Tecnopop, los últimos Boney M, y Grace Jones, y mucho pop británico, y cosas así. Estar a la última era superbarato. Si una canción sonaba por la radio es que era un éxito, y si era un éxito yo necesitaba ese single. Eso explica que en mi aun incipiente discoteca compartieran espacio Julio Iglesias o Bertín Osborne, con Depeche Mode o Alaska y los Pegamoides. Ahora lo sé: estaba equivocado. Equivocado y enfermo.

“En la movida del verano del 82, la basca fue la estrella del Estado Español...”. Lo cantaba Miguel Ríos un año después. Y la verdad es que el verano del 82 fue muy especial. El "Rock & Ríos", llegó a Valencia. El mejor espectáculo de rock que se había parido en España llegaba, y a mí me pilló pasando las vacaciones en la tienda de campaña, con mis primos, y un tremendo susto familiar porque empezaba el bachillerato en septiembre y acabábamos de recibir una carta diciendo que no me admitían en el colegio moderno para en próximo curso. Por lo visto mi expediente, bastante justito, no estaba a la altura, y mis horas de dj no convalidaban con ninguna asignatura. Un drama: adiós a mi carrera deportiva (no lo había comentado, pero hubo un tiempo en que algunos profesores modernos se empeñaron en hacer de mí un deportista moderno de competición), adiós a mi carrera como dj y programador musical, y adiós a mi colegio moderno con tiempo libre, sala de música, y con Andújar... adiós a mi pelirrojo buscavidas favorito. No le he vuelto a ver.


Sinceramente, no me importó. Yo ya tenía mi entrada para ver el "Rock & Ríos", con muchos watios de luz, y aun más de sonido, y una cosa muy moderna que se llamaba “laser” y que combinado con el humo era la rehostia.
Y fue la rehostia total. Miguel llevaba de teloneros a una orquesta andalusí con decenas de señores marroquíes alucinando con el público rockero, y llevaba la mejor banda de rock que ha existido en este país, con This Van Leer de Focus, como teclista. Mi hermana Lola, que estaba embarazada de cinco meses, y yo, nunca olvidaremos esas dos horas de espectáculo. Aquella noche tuve muy claro que nada me volvía tan loco como un buen concierto de rock, y mi historial como público no había hecho más que empezar. Han pasado casi 25 años desde aquello. Desde entonces he visto montones de conciertos, he visto a Springsteen, a U2, a los Rolling Stones, a Prince, a Aerosmith... y ninguno de ellos me ha hecho olvidar un solo momento del “Rock & Ríos”.

"Banzai" Miguel Ríos. "Rock & Rios". 1982.


Sin ir más lejos, solo unos meses después, la primera gran estrella mundial que pisó Valencia desde que yo ya tenía posibilidad de no perdérmelo, llegó. Era Rod Stewart, que entonces era un número 1 total y yo tenía todos sus últimos singles. Dos mil pesetas de entonces costaba la entrada. No recuerdo cómo conseguí el dinero, ni qué excusa utilicé esta vez para desaparecer una noche de casa, pero fui solo. Y aluciné yo solo. El escenario era todo blanco, los micros, los instrumentos, todo blanco. Rod no, por supuesto. Rod lució mallas de leopardo como todos esperábamos. Desfilaba por una pasarela central que salía del escenario y se adentraba entre en escaso público. Allí, ante él, descubrí un montón de canciones antiguas maravillosas que no conocía, y disfruté de sus temas más actuales. Adoraba su voz y envidiaba su imagen, con esos pelos de punta y esos movimientos espasmódicos. Rod era una gran estrella y allí estaba yo, con mis catorce años de entonces, para no perdérmela. El problema es que como teóricamente yo no había estado allí, no podía contárselo a nadie. Aun me quedaba mucho por aprender.

Era época de grandes cambios. Finalmente conseguí plaza de última hora en el instituto de bachillerato más cercano a mi casa. De pronto, era otra vez pequeño entre un montón de mayores. Además el precipitado cambio, provocó que me tocara el turno de tarde, mientras que Jorge, Gonzalo y todos mis antiguos amigos del colegio de mi barrio, tenían turno de mañana. Al llegar el primer día, se dio la temida circunstancia de que no conocía a nadie. Ahí estaba yo, con mi aspecto progre de peto vaquero y pañuelo al cuello, con mis botas John Smith y una timidez patológica que me afectaba cada vez que me encontraba por vez primera en un sitio. Era como empezar de cero. Algo que parecía un problema, pero que era sin duda, una gran ventaja. Una gran oportunidad. Se avecinaba un desfile de cambios de imagen, rabiosa modernidad y armarios abiertos de par en par.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo también estuve, pero fuera, intenté colarme, no lo conseguí.
iba con unos amigos garrulos de la fuensanta y el chaparral, los cuales arrancaron un árbol e intentaron tirar una puerta abajo.
después se lleno de policías antidisturbios, y aporrearon a todo el mundo incluso a mí.

Anónimo dijo...

Yo tampoco pude olvidar aquel verano del 82 y ya ningún momento más cerca de Miguel (que alguno hubo).
Al Rod Stewart me lo tropecé en Londres, de verdad casi me atropella,bueno en la puerta del Hard Rock Café abrió la puerta de su coche y al alir se dió de bruces conmigo -¡eh! tengo foto-.