lunes, 23 de julio de 2007

18. ¡Vamos de concierto!


Miguel Ríos era el rockero de moda, y había desarrollado un buenrollismo propio, que por el momento le funcionaba muy bien, aunque años después acabara con él. Tras el éxito del “Rock & Ríos”, Miguel se presentó en el 83 con la gira más ambiciosa hasta la fecha. “El Rock de una Noche de Verano” desembarcó en el estadio del Levante U.D. para deleite de los viejos rockeros. Así que allí que nos plantamos, con mis hermanas Lola y Vero, y algunos amigos de la falla. En plan excursión de bocadillo y cantimplora desplegamos el picnic en el graderío del estadio. El espectáculo era grandioso e incluía la presentación de una joven rockera que acababa de sacar un disco precioso con un tema que me encantaba que se llamaba “No aguanto más”. Era Luz, Luz Casal. Y tenía una voz fantástica y un futuro prometedor.

“No aguanto más” Luz. Musical Express. Live TVE. 1983.



Tras su actuación, apareció en escena Leño, el grupo de Rosendo Mercado y una de las grandes glorias del rock español, del rock urbano que se decía entonces, que presentaba “Corre, corre” y con él, ese temazo que se llamaba “Que tire la toalla”. A Miguel Ríos le debo pues el haber llegado a ver en vivo a Leño, porque al año siguiente se separaron. El espectáculo incluía moteros equilibristas que circulaban por cables de acero sobre el público. Una locura.

“Que tire la toalla” Leño. Musical Express. Live TVE. 1982.



Fue la última gran gira de Miguel, porque al año siguiente se inventó eso de “Rock en el ruedo”, con un carísimo escenario giratorio que por lo visto era lo más, y cuyo fracaso económico fue tan monumental que la gira fue suspendía a mitad y no llegó a pisar Valencia. Ese fue el comienzo del declive de Miguel, aunque yo le seguí siendo fiel muchos años más.

Era bastante habitual que la gente de la falla quedáramos para eventos musicales importantes. Durante aquel tiempo vimos a Serrat, a Víctor y Ana, o a un joven Joaquín Sabina en varias ocasiones.

Recuerdo como un par de años antes, en un aplec nacionalista en Gandia al que fuimos también en plan excursión, actuaba Maria del Mar Bonet. Yo por entonces no la soportaba porque me parecía muy plasta y muy gritona. Tonto de mí, tardé varios años en descubrir que su voz era tan bella como su rostro, y que su manera de cantar me hipnotizaba. El caso es que yo no me perdía sarao y como era muy jovencito estos eventos servían de excusa para ver mundo y muchedumbre. Claro que la muchedumbre en aquello fue tal que me perdí. Y perderse de tu hermana y de tu gente, en medio de algo así, y en los tiempos en que nos móviles no existían no es un buen trago. Puedo asegurarlo. No sé cómo me perdí, ni sé cómo me encontraron un rato después.

En otra ocasión, fuimos a Castelló. Era el aniversario de les Normes de Castelló, y Acció Cultural organizaba un magno evento en la plaza de toros con Sanchis Guarner, Joan Fuster y la presentación en vivo de “Verges 50” de Lluís Llach, junto a la Banda Municipal de Castelló. No me podía perder semejante acontecimiento. Yo ya había descubierto que Lluís Llach era un genio, y “Verges 50” era un disco increíble. El concierto fue maravilloso y muy muy emocionante. Claro que si nos acordamos muy bien de aquel encuentro es sobre todo por el numerito que montamos. Estábamos en el graderío en un lateral muy cerca del escenario que no tenía techo y se veía de maravilla. Cuando apareció Llach por la parte de atrás, Pepa, su hermana Tamara y su amiga Mª Luz, comenzaron a gritar poseídas como quinceañeras viendo a Miguel Bosé. No era la primera vez que las veíamos en trance. Desde que aparecieron un buen día por la falla, habían demostrado en más de una ocasión sus cualidades vocales e histriónicas. Cómo serían las tres juntas que las llamábamos “las maris”, desde que una noche, viendo una cabalgata fallera, otearon entre el público del otro lado de la calle a una amiga y comenzaron a gritarle al unísono “Mariiiiii, mariiii”, hasta que las escuchó toda la plaza. Pues bien, decía que aquellas rompieron entre gritos y sollozos de pura fan al ver aparecer a Llach, y no contentas con ello, corrieron gradas abajo a conseguir un autógrafo. A una le firmó en una mano y a otra en una bandera. Así vi a Llach por primera vez.

La segunda fue igual de berlanguiana aunque en otro estilo. Yo andaba por entonces por la radio con Jacinto, allá por el 85. Era domingo por la mañana y Lluís Llach daba un concierto gratuíto en el Teatro Olympia, un recital de solo voz y piano que pensábamos transmitir en directo. La radio estaba en un primer piso de una céntrica calle de Valencia y al otro lado de la calle, a la vuelta de la esquina, estaba el teatro. Cual sería mi sorpresa cuando descubrí en qué consistía la unidad móvil con que se pretendía emitir en concierto: un larguísimo cable salía por la ventana del estudio, cruzaba la calle Garrigues y entraba por la puerta principal del teatro hasta llegar al escenario. Y en su extremo, un micrófono. Recuerdo que llegamos a la sala para instalar tan sofisticado sistema. El escenario estaba oscuro, tenía una cortina negra como fondo y un precioso piano de cola en el centro. Mientras un amigo de Jacinto que era el técnico que ingeniaba estas cosas preparaba el asunto, yo me dediqué a curiosear por el escenario. Mi sorpresa llegó cuando tras la cortina había un precioso suelo como de espejos, inclinado hacia el patio de butacas. Era el decorado de “Antaviana”, el mítico montaje que Dagoll Dagom reponía por esas fechas en ese teatro, y que unas semanas después pude ver, en excursión junto a prácticamente todo el alumnado de mi instituto. Curiosa representación donde uno de los actores interrumpió la dramatización de un cuento de Pere Calders para recriminar al público su falta de atención y de silencio, abriendo un debate interesante sobre la profesionalidad del actor y el respeto del público. El caso es que no pude evitarlo y lo pisé, no el actor sino el decorado que escondía la cortina tras el piano de Llach, y guardé ese pisotón para siempre en mi memoria. Y el concierto vía satélite de Llach, también.

“Cant de l'enyor” Lluís Llach, Mª del Mar Bonet y Marina Rosell. Directe al Nou Camp. Live. 1985.



No es necesario recordar que siempre he tenido una gran habilidad para compaginar estilos musicales bien diferentes. Solo así se explica que Llach haya estado siempre entre mis favoritos y compartido tocadiscos con Alaska y Dinarama durante mucho tiempo. Ahora me alegro mucho de que así haya sido siempre, de dejarme llevar tanto por profundas emociones adultas y comprometidas, como por instantes superficiales de modernidad y desmelene. Al final de todo, ni lo blanco es tan blanco, ni lo negro tan negro. Y aparecer disfrazado de Eduardo Benavente por un concierto de LLach, causaba tal shock entre la progresía, que hasta en eso merecía la pena.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hola, sempre és un plaer llegir els teus posts i vore la quantitat de llocs i gustos que hem compartit, però en este cas al·lucine amb les coincidències. Recorde perfectament el concert de Miguel Ríos al camp del Llevant (que només he tornat a xafar més recentment per a vore el concert de Springsteen, com veus també tinc gustos eclèctics). Ja m'havia encantat el concert que va fer Miguel Ríos en la gira del 82 a la plaça de bous amb l'Orquestra Andalusí de Tetuan de teloners!!!!! Però és que també vaig estar al concert de Llach a la plaça de bous de Castelló i al recital que va fer a l'Olympia que comentes, i m'ha agradat la teua evocació, com sempre, lluny de la nostàlgia. S'agraïx!

Acid Queen dijo...

Gràcies pel teu comentari. Curiosament, jo també he estat no més una altra vegada a l'estadi del Levante: enguany vegent a Springsteen.